Si hubiera que interpretar la realidad regional y mundial de las últimas décadas, sirviéndose exclusivamente de la obra de Hannah Arendt, se podría decir lo siguiente:
- El crecimiento económico ha servido al animal laborans pero cuánto aporta al desarrollo de la acción, la libertad y la política.
- El auge del consumo como fin de la vida activa puede abrir las puertas a la banalidad.
- La banalidad impide las relaciones de autoridad que nuestra tradición hereda de la auctoritas romana.
- Un estilo de vida sin autoridad perpetúa el statu quo, impide el desarrollo y la implicancia de la persona en el fortalecimiento del espacio público.
La ponencia tratará de dilucidar este último punto. Si la autoridad se aloja en el tiempo humano, entonces no es una propiedad exclusiva de la persona. A diferencia de lo que se cree, no hay individuos que sean una autoridad para los demás; lo que hay son personas que tienen la capacidad de, a veces, captar y transmitir a otros la estructura temporal que da sentido a las cosas. Son otros quienes le reconocen que dio sentido a una acción o a un hecho. En ese momento de reconocimiento se generó un hecho de autoridad, pero no porque la persona sea autoridad, sino porque captó ese tiempo que está fuera de él. Los romanos acuñaron la auctoritas para expresar este modo de relacionamiento.
Para Hannah Arendt el mundo moderno liquidó esta matriz y anuló la autoridad. Con respecto a la idea ilustrada de sobreponerse a toda relación jerárquica, basta recordar lo que escribían Diderot y d´Alembert en la Enciclopedia respecto al término autoridad: